domingo, 14 de septiembre de 2008

De la piedra expresión

Aparecí desde una galería a la gran estancia blanca, era un día de sol y la luz se transparentaba a través de los vidrios de la gran cúpula, que empezaba a proyectarse desde lo alto de las columnas hasta resbalar en cada trozo de mármol, que eran decenas, si no cientos. Subí las escaleras que llevaban a la segunda altura abalaustrada, y ahí mismo frente a la mirada de tres alegorías para mí desconocidas, estaba otro por entonces desconocido viejo púgil. Me contrarió; pues antes de admirar el conjunto mi mirada se desvió al rostro, con sus muecas de terror e histeria, y no comprendía… Y fue su fuerte brazo, inmovilizado en su mano por sedientos colmillos, quien me llevó a comprender. Estaba siendo devorado.

Entonces entendí su angustia impotente ante la muerte. Rodeada de las demás obras, todas quietas y bellas en su contención, esta era salvaje, casi morbosa. Ante ella me detuve no sé si segundos o minutos, pero el tiempo justo para comprender que las manos de otro por entonces desconocido Puget habían creado de la piedra expresión. Fueron más que unas manos armadas con cincel, y en ese instante para mí fue más que una historia encarnada en un bloque de mármol. Sentí el pathos como Milón sentía las garras afiladas de aquel lobo convertido en león. Giré en torno a las dos bestias no sé por cuantas veces, porque primero el rostro me llevó hacia el brazo, y este me mostró el camino por cada músculo de la recta pierna, y desde el pie que arañaba el suelo ascendí con las tensas telas serpentinatas, que me llevaron a la espalda del hombre y el lomo del animal, y volví a encontrarme otra vez aquel brazo atrapado, volví a trepar al hombro y al cuello en su torsión imposible, y de nuevo mi ojo se detuvo ante la concavidad pétrea que era su boca, de la que emanaba el grito sordo, y en mi mente imaginé ese aullido desgarrador, que se elevaba hacia el cielo acristalado del gran Louvre.




Pierre Puget - Milón de Crotona (1671-82).