sábado, 5 de abril de 2008

Discordancia

La vida, ese antojo...


Lo más esencial de esta vida es aquello que no está en nuestra mano.


Y por esto, sin poder para planear nada, la eterna y divina providencia rige nuestros días a su antojo, respetado y sagrado antojo, injuzgable por un mísero ser humano.


Creo en su benevolencia, y en sus castigos justos, aunque a veces incomprensibles por un corazón, y creo en su incuestionabilidad, confío como de igual manera deseo que no me tiemble la fé en ello.

Mi ocasión, mi día y mi segundo que tengo ahora que es lo único que tengo, es este. Es una musicalidad casi entera. Como un armonioso pentagrama en el cual, de repente, una nota discordante se balancea… En medio de la armonía, algo se desequilibra. Es la nota más fuerte quieras o no quieras. Puede callar a todas las demás y puede romper con todo.


Qué cruel parece cuando no ves ningún camino trazado que poder seguir. Qué injusto parece cuando sin alternativa debes seguir el camino impuesto. Por esta vez el camino está despejado y el suelo sigue ahí, firme, aunque oscuro como una madrugada interminable.
Todo sigue en su sitio. Todo sigue en su sitio.


Irremediablemente… La puta nota discordante está presente: ahora únicamente sobra la incertidumbre que todo rodea… Todo está donde está, pero solamente por ahora, y hasta ahí puedo leer. La efimeridad crea miedo, abrir los ojos y dejar de sonreir y dejar de creer. Pero por ahora, todo sigue en su sitio.
Desearlo y querer saber, que todo, va a seguir estando en su sitio. Puedo desearlo y lo deseo, y lo ruego sin respirar.